La piedra en la caverna

Una vez más, las aguas inquietantes me arrojan al centro, una vez más me envuelven en mis sombras. Une bien sabe cuál faro debe direccionarnos, une sabe cuando las nubes se acercan y lloverá mucho. Y lloverá por siempre. Bien sé que este camino tiene como fin una muerte segura. Una de las tantas que ya ví, sólo que ésta, no se asemeja a ninguna otra, Me pregunto de nuevo ¿cuánto durará este paseo? ¿cuántos más de éstos habrá? ¿cuántos de éstos evité y así y todo, caí? ¿a cuántos más debemos ir a por ellos?
Sólo por la adrenalina que me produce sentir todos los azotes es que tengo el deber de convertir todas estas piedras en palabras. Sólo por aquella sensación, y no por otra. La que me asusta, la que me molesta, la que me entiende, la que me hace cosquillas en los dedos del los pies al dormir por la noche, la que me hunde el pecho con mil kilos de tosca, la que me electrocuta el corazón y lo hace acelerar. Y es ese acelere - y también el desacelere - el que me hace volver a la caverna.
Un segundo no me basta, dos días enteros tampoco, con gran modestia tengo que reconocer la capacidad que tengo de andar siempre al borde del peligro, con gran modestia reconozco este instinto de supervivencia que me enciende de intuición y me arroja una vez más, al abismo. ¿Intuición? ¿qué clase instinto es ese que me quiere ver allí? ¿cuál de todos estos caminos es mi lugar? ¿cuál de todos estos relatos es el más gentil? ¿cuál rostro nos genera menos nostalgia?



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