Evidencia

¿DE DÓNDE VIENEN ESOS OLORES DE DOMINGO?

Éste sólo es un instante contado por mí.
Me divido en ciclos, me reparto en partecitas para darle vida a este momento.
El tiempo que me atropella y me marea. Este aislamiento que me arrincona a los espacios vacíos, en vela, y me enfrentan, me obligan a darle punto a final a más de un relato.

Pero repito, éste, es tan sólo uno de ellos.
Quiero captarlo todo, y espero, poder estar a la altura de ello.

Éste, es el arquetipo de la templanza, de la sabiduría de saber esperar.
Acá, abandonamos todos los segundos del reloj para darle rienda a este proceso, el cual nos alimenta, nos nutre de aliento.

La escucho con todo mi cuerpo y me dispongo - una vez más - a este hermoso hacer.
Mis oídos que escuchan, mi mente que intenta no perderse ni el más mínimo secreto.
Mis ojos se vuelven ventanas y se abren de par en par para conseguir perderme en cada color.

Ahora su palabra se vuelve imborrable gracias a ésta cámara que consigue dibujar todas las imágenes que mis ventanas están viendo.

El tiempo se lenteció y ahora su manos dejaron de temblar, ya se volvió implícito lo que consigue el amor.

No puedo creerlo, no puedo dejar de asombrarme por la decisión de sus manos. Las cuales -ahora ya firmes y quietas- apenas puedo tocar, porque tienen ya la temperatura del sol.

Así son, y así siempre lo fueron, tan calientes y vigorosas que te costaría creer que esto es cierto.

¿Te estás dando una idea de lo que acá intento contar?
La intención sólo está en dejar en evidencia que para aprender este ritual, no sólo basta con poner todos tus sentidos en marcha, no basta con escuchar, mirar, registrar, hacer, dibujar, pintar (y ahora escribir), te diría que es una ceremonia que deberíamos practicar un millón de veces, pero que, así y todo se nos volvería casi imposible lograrla con tal exactitud.

Pensarás que mi confianza está muy lejana o que poco creo en mí, pero no es así.
Éste proceso no es una receta con pasos a seguir, sino que no es más que un gran truco de magia, dónde se necesita de la conjunción del frío de un mármol hecho con mucho amor, uno que lleve consigo los mismos colores que las manos de la hacedora, y del hervor de la piel de ellas para conseguir la consistencia justa de la masa.
Una que, minutos después, se vuelve alimento; una que instantes después, se volverá indudablemente, el abrazo más hipnótico que vas a experimentar en toda tu vida.







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