Fogatas para escribir, y volver a encender

Su forma era parecida a la del fuego, sus manos largas flameaban en el fuerte viento como grandes llamaradas. Al principio, cuando ellas intentaban sujetarme, no lograban otra cosa que convertir ese manipuleo, en un hecho únicamente erubescente para mí. Luego de ya sucedido un tiempo, aquellas flamas sólo lograban invisibilizar los límites entre nuestros cuerpos. Éstos, enormes destellos de magia y sabiduría, metáfora del encendernos para tirar a la quimera y hacer cenizas todos los disfraces.
La inminencia del ferbor se grababa a máxima temperatura, día a día, noche tras noche.
Sale el sol, ya es de día.
Tiemblo de sólo pensar en los momentos previos al desayuno... nuestros cuerpos, ya cadáveres, no son otra cosa sino que las ascuas de la penumbra.
El tiempo siguió sucediéndose, y esta lumbre ya no es fácil de contender. Pues su forma crece, ahora ya sus pies también son de fuego, también su boca, también su pelo, también su aura. ¿Qué clases de miedos son, los que hacen de su cuerpo y de su hacer, tales incendios? ¿Qué carencias lo hacen deshacerse ante esta templanza?

¿Es la intuición, la que me acercó a esta hoguera, de la que me contraria, de la que me resta, de la que me priva, de la que me hace trizas, de la que me cuesta tanto dejar de mirar? ¿O es simplemente el deseo de hacer de esta ustión, una esculpida hasta dejarse ver mis huesos?

Reitero... una vez más... que su forma era idéntica a la del fuego, sólo que ésta, ya no lo era.


Y me pregunto, y me grito...
                                 ¡¿Qué es un alma libre, sino el resultado de todas nuestras cenizas?!

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